Mucho antes de que el reguetón subiera hasta el mismísimo escenario la violencia del barrio, la rumba ya era bien dura. Desde el mismo comienzo. El propio yambú no se vacunaba para evitar que los negros se dieran de pecho y acto seguido se entraran a golpes en pleno cabildo. Las cuerdas del laúd abandonaron infinidad de veces al son montuno ante el sonido más metálico de los machetes desenvainados en medio del guateque. La urbanización del siglo XX dio origen al guapo de barrio, más endémico que el bodeguero o el perro sato callejero. El guapo, el samurai del bofetón, fue la última manifestación de vigor individual en la cuenca del Caribe, el equivalente al duelista del siglo XIX en otras latitudes. Poco a poco, la industrialización trajo la experiencia sindicalista y con ésta llegó el pandillismo que a la larga aniquiló al guapo. Aunque no a la guapería: quedó una falsa, sustentada por el bulto y las pistolitas. La violencia, desde luego, sobrevivió al guapo. En forma doméstica, sin ir más lejos. Listas arriba: Son Guapo, Son Penitenciario, Son Doméstico y Son Epico.